No, no existe tal síndrome. Yo le he puesto ese nombre a una característica de personalidad que veo en alguna gente, incluida yo.
Pollyana es un personaje creado por Eleanor H. Porter a principios del siglo pasado. Vamos, que para mí sigue siendo una niña, pero la criatura tiene más de cien años, así que no debe gozar ya de muy buena salud.
Yo la conocí por una película Disney de acción real que ya era antigua de narices cuando la vi de niña con mi madre (ella había leído los libros, publicados por Bruguera en aquellas colecciones para público infantojuvenil que tenían un retrato de los personajes en el lomo, aunque a mi estantería no llegaron vivos). La protagonista era Hayley Mills, a quien también vi en Tú a Boston y yo a California y que años después resultó ser la directora de un colegio en Buenos Días Miss Bliss, serie que fue el germen del personaje de Zack Morris, ese gran amor de mi preadolescencia en Salvados por la Campana.
Algo después, emitieron por la tele una serie de anime que recogía el mismo espíritu, pero con una niña con bastante menos glamour estético y más desarrapada (cosa que por cierto, habían hecho también con Heidi, aunque con mucho mejor resultado, porque ¿a quién le importaba que llevara un vestido horroroso y tuviera aquel pelo corto tan feo, jugando con Copito de Nieve?)
La historia de Pollyana es sencilla: se ha quedado huérfana y tiene que irse a vivir con su tía, una mujer que no es del todo un callo-malayo pero de mano es muy fosca, y otra carrapetada de gente del entorno, todos más bien malhumorados.
...Ahí está el quid de la cuestión, todos deberíamos ser un poco más Pollyana. No recuerdo gran cosa de la peli, salvo un par de escenas y la cara de la prota, pero aquello me marcó mucho. Recuerdo con frecuencia a Pollyana y me pregunto qué diría ella sobre lo que veo o me pasa. Suele funcionar, y suelen aparecer cosas. A veces lo que puedes sacar de bueno de algo es una soberana ridiculez, y suena hasta estúpido, pero no deja de ser un ejercicio interesante. Pensar como Pollyana te obliga a pensar fuera de la caja y a ser creativo para buscar el otro lado.
Todos deberíamos ser más Pollyana... y yo igual debería leerme los libros, ¿no? Que a los 40 ya empieza a ser una falta imperdonable.


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