Toda mi vida llevo fascinada por Grecia. Me apasiona su mitología desde que era niña. En el instituto elegí el griego como asignatura a pesar de que las traducciones de latín ya me tenían harta. Cuando tuve un penfriend para escribir en inglés, escogí a un chico griego. Y uno de mis recuerdos de infancia es ver una fascinante película de animación sin diálogos precisamente sobre la Odisea.
No puedo pensar en ninguna obra clásica sin recordar el Célebre Moriyón, hombre renacentista, erudito, fascinante y el mejor profesor que se podía tener. Fuimos su última clase de COU antes de su jubilación y le regalamos un olivo. Lo hemos perdido hace poco y nos ha dejado un vacío muy grande. Con él tradujimos estrofas de la Iliada y la Odisea, aprendimos miles de cosas interesantes y supimos lo que era una persona que derrochaba pasión por su trabajo.
Así que ahí estaba yo, hace poco más de un mes, navegando por Internet cuando de repente hallé que desde una bilblioteca de un pueblo que ni conocía se organizaba una lectura conjunta, de un canto al día, durante el mes de febrero de esta épica eterna.
Y, a pesar de que febrero siempre es un mes que me devora, de que mi tiempo estaba restringido y mis cervicales pidiendo clemencia y de que sabía que era casi imposible llevarlo al día, allí me metí.
La experiencia ha sido maravillosa. Por un lado, me recordaba día a día a ese maravilloso profesor al que nunca olvidaré. Por otro lado, me vi enriquecida por las aportaciones de todos los compañeros de viaje, que enlazaban artículos, comentaban películas, destacaban palabras o hacían reflexiones sobre la cultura minoica.
Y como broche final disfrutamos de un encuentro virtual con otra persona excepcional, Carmen Estrada. Una mujer aventurera que después de retirarse se sacó Filología Clásica y se marcó una nueva traducción con giros muy interesantes.
Tengo dos penas encima, que ya no me puedo quitar. Una, que apenas he podido participar en esa ágora que crearon los lectores simultáneos, donde había humor, sabiduría, curiosidad y un clima inmejorable. Pero qué se le va a hacer, los númenes no me fueron favorables y provocaron que me perdiera varias lunas por el vinoso ponto. La otra, no haberme hecho con otra traducción. El ejemplar que releí (tercera vez, y no aprendo) tiene más de 20 años, y su traducción más de 50, y me parece cada día más densa, tediosa y pretenciosa.
Así que ahí está Atenea la de los ojos de lechuza susurrando a mis oídos que debo hacerme con otra versión para volver a emprender, quién sabe en qué momento, este viaje a Ítaca, aunque esta vez no sea en tan grata compañía. Por suerte, el Célebre Moriyón me acompañará siempre, porque no se muere lo que no se olvida.

Comentarios
Publicar un comentario